William Eggleston y el color

En 1935 Agfa desarrollaba su película Agfacolor en Alemania al tiempo que Kodak presentaba su clásica Kodakchrome que tuvo su auge en la década de 1960. Fue en esos avanzados años 30 cuando la fotografía en color se convirtió en un fenómeno de masas. Una fotografía asociada por entonces a lo comercial y a los aficionados, mientras que la fotografía en blanco y negro era el medio de reflejar la realidad, y por ende, de hacer arte.

A mediados del siglo XX la fotografía en color capturaba la falsedad de las cosas y emociones. Era rechazada por los grandes artistas y utilizada principalmente en el campo publicitario.

William Eggleston (1939, Memphis, Tenessee) seguido de las corrientes que se estaban desarrollando comenzó trabajando con la fotografía monocromática. Por entonces eran destacadas las figuras de Ansel Adams o Edward Weston. Y en esa primera etapa Eggleston demostraba tener unas inquietudes diferentes a las marcadas por lo considerado común: «Las fotografías de gente como Adams no me interesaban. Y lo que llamábamos fotoperiosimo, las fotos que se publican en la revista Life, tampoco me atraían. Simplemente no eran buenas, no había arte ahí. La primera persona a la que admiré inmensamente fue Henri Cartier-Bresson.»

Pero a pesar de la admiración que Eggleston sentía por el gran fotógrafo francés siguió un camino en su carrera totalmente diferente. Desde mediados de 1960 hizo suyo el color. Un color exaltado, vibrante e incluso estridente que causó el rechazo de críticos y contemporáneos, pero que le permitió provocar un giro en la fotografía que se hizo visible a mediados de la década de 1970. Un color que le dio la categoría de «padre del color» e incluso de «abuelo» del mismo. Sea como fuere Eggleston marcó un punto y aparte en la forma de entender la fotografía artística hasta el momento.

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«Me gusta la idea democrática de percibir. En realidad nada es más o menos importante»

“La primera vez que se me cortó el aliento fue ante una copia impresa de esa famosa fotografía de la niña tirada en la hierba con la cámara Brownie. Había visto esa imagen muchas veces en libros y revistas, pero cuando la ves en persona, el color y su belleza te producen una reacción física” Sofía Coppola en referencia a una de las fotografías más famosas de William Eggleston.

Al igual que Duchamp convertía los objetos banales y cotidianos en arte, Eggleston dio lugar a una fotografía en la que el día a día, su presente, es capturado por el objetivo de su cámara no con una intención documental, sino artística y en color. El resultado son imágenes en las que lo cotidiano se eleva de un modo enigmático, en las que los objetos mundanos esconden decisiones y disciplinas que plantean más preguntas que respuestas, que dan lugar a significados paralelos y sensaciones adyacentes. Imágenes en las que se muestra el potencial estético de lo cotidiano, con las que se nos invita a ir más allá de lo meramente superficial.

“Quiero hacer fotografías que puedan sostenerse por sí mismas, con independencia de lo que se retrata en la fotografía”

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Al enfrentarnos a una fotografía de William Eggleston son varias las interpretaciones a las que podemos llegar. Una ambigüedad inunda esas escenas en las que se esconden hoy fragmentos de la memoria. Sus fotografías son imágenes rápidas, sutiles, realizadas de un sólo disparo y con una mirada neutral. Imágenes con ángulos inusuales de una América sureña y rural, centrada, principalmente, en Memphis.

Sus fotografías como dice Josu Bilabou Fullaondo «aparentemente pueden resultar fotos banales, sin embargo, son reflexiones profundas hechas con sencillez icónica».

Hoy en día es considerado uno de los fotógrafos más influyentes de los últimos cuarenta años. Influenciado por Robert Frank y considerado por Martin Parr «el colorista supremo de la fotografía estadounidense» fue una de las figuras centrales de la Nueva Fotografía Americana a Color, junto con Stephen Shore, Joel Meyerowitz, Joel Sternfeld y Richard Misrach. Sin embargo no fue hasta la celebración de su primera exposición en el MoMa de Nueva York en 1976 cuando dio el gran giro a su carrera.

El color le había permitido llenar de intensidad lo aparentemente banal convirtiendo lo cotidiano en extraordinario. Esto fue gracias a la técnica del dye transfer (transferencia de tintes), utilizada por entonces únicamente con fines comerciales y publicitarios.

Apoyado por algunos y criticado por muchos Eggleston fue dando vida a un nuevo tipo de fotografía en el que el color era el gran protagonista pero no el único aunque no se entendiera. Y es que como él mismo declara en el documental dirigido por Michael Almereyda William Eggleston in The Real World: «el arte o lo que llamamos arte, puede gustar, se puede apreciar, pero es algo de lo que no se puede hablar. No tiene sentido».

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