A la espera de otros espacios públicos

Hace casi un año nos encerramos en casa abandonando las calles, los parques y el espacio público. Cuando pudimos empezar a salir, éramos tantos caminando por los mismos espacios que tuvimos que invadir el lugar que normalmente ocupan los vehículos. Fue muy evidente que el espacio destinado a los y las peatonas se quedaba pequeño.

Esta pasada semana en Madrid, con la llegada de Filomena, de alguna manera hemos vuelto a vivir eso. Esta vez no había vehículos ocupando la mayor parte del espacio público, por lo que fueron las personas las que sin dudarlo expandieron su lugar en la ciudad. Para mí fue algo revelador. Y es que a la mínima que podemos nos expandimos. ¿Viviremos enclaustradas/os sin darnos cuenta? ¿nos estaremos ahogando en los límites que nos imponen estas urbes pensadas únicamente para el consumo y la circulación en coche? y dentro de todo esto ¿cómo nos afecta realmente a las mujeres?

Como explican en el libro «Urbanismo Feminista»: «la lucha por el espacio urbano se ha entendido tradicionalmente y clásicamente desde un punto de vista económico y de clases; sin embargo ha sido a las mujeres a quienes se nos ha negado el acceso al derecho a la ciudad como espacio público, político, de encuentro, de movimiento y de libertad».

El espacio público que hoy tenemos es un lugar frío, que nos permite llegar de un punto a otro pero nunca estar, hablar, socializar, en definitiva, encontrarnos. «Si las mujeres diseñaran los espacios, o los hombre que no son patriarcales, se daría que el espacio público volvería a ser un espacio donde se fomenta la relación», explicaba Almudena Hernando, profesora y etnoarqueóloga, en una entrevista. Es paradójico, que en estos momentos en los que hemos ampliado nuestro uso del espacio público no hemos ampliado nuestra sociabilidad. Hemos deambulado por las calles como hacía años que no lo hacíamos, pero hemos mantenido nuestra individualidad y nuestro círculo. Cierto es que tenemos una pandemia de por medio, pero esto no ha hecho más que evidenciar que en los contextos urbanos se incrementa el uso del espacio de una manera totalmente individualizada.

Almudena Hernando explicaba también en esa entrevista que «el espacio es el parámetro de orden a través del cual construimos la realidad», es decir, «lo que hace el espacio es expresar la subjetividad de quien lo construye», todos y todas nosotras. Si tradicionalmente, y diría que esto no ha cambiado mucho, el espacio urbano se ha organizado a partir de roles de género: hombres en el espacio público asociados a las tareas productivas; mujeres en el espacio privado desarrollando las tareas domésticas, reproductivas; nos encontramos ante una ciudad, en este caso Madrid, con una masculinidad hegemónica y jerárquica cuyo espíritu es la conquista del territorio, pero nunca de creación de la diversidad y de la vida urbana.

Una ciudad, diseñada para que prime lo productivo y donde el rendimiento económico es el indicador del bienestar social, en una situación excepcional, y en el último año ya llevamos al menos un par, en la que lo productivo se para, la ciudadanía se ahoga.

Parte de la lucha feminista es transformar la identidad, una transformación que debe llegar al espacio público, para que estos pasen de ser individualizados a relacionales, y por tanto estén dotados de lugares de encuentros en los que las personas puedan socializar. Cuando esto ocurra ¿dejaremos de invadir las carreteras y expandir nuestro lugar como peatones/as a la primera de cambio?

*Imagen de Manuel Álvarez en Pixabay

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