Hay un ejemplo muy recurrido cuando se intenta explicar la importancia del lenguaje y la incorporación a nuestros hábitos de un lenguaje inclusivo. El ejemplo dice así: Un hombre y su hijo van en moto a mucha velocidad, la moto derrapa, el hombre muere y al niño lo llevan malherido, al hospital más cercano. Al llegar al quirófano, y ante la gravedad de las heridas, se decide ponerlo en manos de una eminencia en la materia, que se desplaza hasta allí. Cuando llega, se desarrolla el siguiente diálogo:
-¿Será usted capaz de salvarlo?
-¿Cómo no voy a hacerlo?¡Es mi hijo!
Si algo no os cuadra es que tenéis trabajo por delante. La eminencia es su madre. Este ejemplo es muy bueno para entender hasta qué punto nuestro entendimiento, nuestros pensamientos y nuestro lenguaje están atrapados por el androcentrismo.
Escribe Yadira Calvo en su libro De mujeres, palabras y alfileres: «Y es que, aunque un vocablo no sea genérico, puede proyectar una imagen masculina, dado el poder hipnótico del androcentrismo«. Aquí entra en juego uno de los fenómenos léxicos y estructurales que actúan contra las mujeres en el lenguaje y que desde siempre hemos aprendido a reproducir: Ausencia o negación de nombres para denominar en femenino ciertas profesiones.
Su origen se encuentra en la ausencia de mujeres en puestos de trabajo fuera del hogar. Sirvientas, Limpiadoras, Niñeras… siempre fueron ellas, Mayordomos, Mecánicos, Comerciantes… siempre fueron ellos. Con la progresiva entrada de las mujeres en el mercado laboral se ha necesitado empezar a dar nombre y visibilizar esa labor que ellas realizan, pero este proceso en muchos casos ha sido muy lento o incluso inexistente. Al contrario que para ellos. Un ejemplo es modista. Originariamente siempre ejercido por mujeres, pero en cuanto empezó a haber hombres dedicados al negocio rápidamente se reconoció su género masculino, modisto. Sin embargo, pilota es un término que aún hoy no se reconoce, pero ojo, copilota sí ¿no hay mujeres que piloten aviones?
Mercedes Bengoechea en una guía para la revisión del lenguaje del 2002 escribía que denominar en masculino a una mujer que practica una profesión respondía a cuatro objetivos: invisibilizarla; presentar su caso como excepción; marcar con una dificultad más el acceso a algunos cargos; y reservar el masculino para actividades prestigiadas.
Aunque parezca chocante esto todavía se da y está en nuestra mano cambiarlo. No olvidemos que el lenguaje es hábito, ni hablamos como en el siglo XVI ni dentro de unos años se hablará como ahora. Pensemos lo que decimos y nombrémonos.
Por si os interesa os comparto una guía de las profesiones de la A la Z de Mujeres en red.
#Visibles
#Visibles es un proyecto colaborativo que tiene su reflejo en la red social de Twitter y que busca dar visibilidad tanto a los aspectos del lenguaje de la lengua castellana que están obsoletos, como a tendencias, reflexiones, anécdotas, etc., que pongan de relieve la invisibilización que ahora mismo sufre la mitad de la población en el lenguaje.