Woman Art House: Tamara de Lempicka

En 1925 se celebra la Exposición Internacional de Artes Decorativas que impulsó la difusión del art déco, un movimiento con vocación de internacionalidad, modernidad y decorativismo. La protagonista de este domingo de #womanarthouse ha sido calificada en varias ocasiones como la “Reina del art déco”. Hablamos de Tamara de Lempicka, pionera en el desarrollo del movimiento artístico más característico de los años 20. 

Marcado por la estética de los años 20, el art déco se caracteriza por tener motivos geométricos, colores brillantes y formas rotundas. Se trata de un estilo clásico, simétrico y rectilíneo que alcanzó su mayor apogeo entre 1925 y 1935, y que hunde sus raíces en movimientos como el cubismo o el futurismo, o estéticas como la de la Bauhaus. Lempicka fue una de sus representantes más destacadas en el ámbito de las artes plásticas, para las que planteó toda una revolución.

Aunque no se sabe a ciencia cierta, la mayoría de fuentes indican que Tamara de Lempicka nació en Varsovia en 1898, aunque podría haber sido en Moscú o San Petersburgo, en 1897 o en el 96. Lo que sí sabemos es que en 1916 se casó en San Petersburgo con el polaco Tadeusz Lempicki con el que vivió durante unos años en la acomodada alta sociedad rusa, hasta el estallido de la revolución de octubre con la que Tadeusz ingresó en prisión y Lempicka se trasladó con su hija a París. Fue esta ciudad la que le dio sus primeros éxitos. 

Polaca, rusa, checoslovaca, húngara y estadounidense, fueron sus nacionalidades. Rusas, polacas, francesas e italianas, sus fuentes artísticas. Una amalgama de culturas figurativas sabiamente mezcladas para lograr ese “decorativismo” que veremos en su obra y en el que se entremezcla la historia del arte con la cultura mundana, el glamour del cine y la moda con la iconografía clásica, todo ello desde una actitud moderna y transgresora.

Al término de la Primera Guerra Mundial, y con la destrucción de los grandes imperios europeos, París se convirtió en un lugar de encuentro y de nuevos comienzos para artistas e intelectuales de todo el mundo, que vivieron una etapa de efervescencia inigualable en lo que fueron denominados “Los años locos”. 

En 1922 se celebró el Salon d’Automne en el que Tamara expuso por primera vez su trabajo y en el que obtuvo una respuesta más que exitosa. La artista polaca se hizo rápidamente un hueco en la ciudad llegando a adquirir en 1930 la casa-estudio que se convertiría en uno de los espacios más alabados como ejemplo de modernidad en las revistas francesas, polacas y británicas de la época. 

La casa de la rue Méchain 7 reunía todos los elementos de la modernidad arquitectónica. Estaba ubicada en un edificio que era un proyecto del arquitecto y escenógrafo Robert Mallet-Stevens, maestro de la arquitectura art déco, mientras que los interiores eran de la hermana de Tamara, Adrienne Gorska (la primera polaca que logró licenciarse en arquitectura. Fue pionera en el diseño de salas de cine, en especial los Cinéac (cines de actualidades) en París y el resto de Francia. Su vida daría para otro hilo de #womanarthouse).

Un artículo de Georges Rémon en Mobilier & Décoration, en enero de 1931 describe el espacio como luminoso, frío, con tubos a la vista, mesa de acero y silla negra, mesas de Djo-Bourgeois, sillas de René Herbst, iluminación de  Perzel, esculturas de Chana Orloff y de los hermanos Jan y Joël Martel. Una casa “ultramoderna” donde todo era funcional y donde no había el menor detalle sentimental, un lugar que la prensa polaca describiría como “gris humo, gris pizarra, gris piedra, gris plata”. 

En la obra de Tamara de Lempicka encontramos varios temas que levantaban el interés de la artista, uno de ellos y tal vez el más importante, fue la moda. “Yo no sigo la moda, la hago” dijo en una ocasión. Hay que tener en cuenta, que en esos “años locos”, este sector era tan relevante que llegó a tener una sección especial en el Salon d’Automne. Fue en el mundo de la moda en el que Lempicka inició su andadura artística trabajando como ilustradora para revistas femeninas como L’Illustration des Modes y Femina, donde empezó a trabajar en 1921 y que publicaron algunos de sus diseños de sombreros. 

El sombrero era su complemento predilecto y así lo reflejaba en sus obras, como en este cuadro que fue expuesto en la Galerie Ror-Volmar en 1961 y en el que la modelo lleva un sombrero diseñado por la misma Lempicka: una enorme cofia en gasa negra con lunares blancos que se inspira en los modelos renacentistas. 

Las posturas elegantes, los rostros perfectos y plastificados con labios y cejas que simulaban los maniquíes de la época son las características comunes de las obras de la artista en esta época. 

Tanto le interesaba este mundo que, en los años treinta, Lempicka también intervino en el sector de la moda como promotora, publicitando a sus estilistas preferidos en servicios fotográficos publicados en L’Officiel de la couture et de la mode de Paris. 

Otro de los temas predilectos de Lempicka fue el bodegón compuesto por flores. Las naturalezas muertas de la artista se distinguen por la sobriedad compositiva y por un punto de vista cromático muy personal donde el gusto art déco es indudable. Un claro ejemplo de ello son sus hortensias, que presentan a su vez una influencia del arte japonés de Hokusai. 

En el verano de 1932, Lempicka realiza una larga estancia en España donde visita Málaga, Sevilla, Córdoba, Toledo y Madrid según documentaron algunos artículos de periodistas españoles del momento. En estos mismos artículos se recoge que la artista tenía un gran interés por El Greco y Goya, y que estudiaba a ambos en largas sesiones en los museos españoles. Este viaje tuvo un gran calado en la obra de la artista, del que salió un retrato al rey Alfonso XIII, realizado durante su exilio y expuesto por primera vez el año pasado en el Palacio de Gaviria de Madrid. Cuando llegó a Estados Unidos, en 1939, contó en una entrevista su encuentro con el rey del que dijo: “¡Nunca había pintado a un modelo más charlatán!”. 

Pero de su viaje por España también quedó impactada por el sufrimiento de los refugiados que se iban de España a Francia. Un ejemplo de ello es una de sus obras más sobrecogedora “Los refugiados” de 1931 en la que se aleja del estilo que le había hecho famosa y al que volverá en la última etapa de su vida. 

En febrero de 1939 Tamara y su segundo esposo, el barón Raoul Kuffner, dieron una última fiesta en su casa de la rue Méchain, tras la cual se marcharon a Estados Unidos. Un año después alquilaron en Beverly Hills la antigua casa del director King Vidor, proyectada por Wallace Neff, donde se tomaron una serie de fotos en las que Tamara aparece como una diva de Hollywood, un claro reflejo de su personalidad y modernidad. 

En esta época, Lempicka encomendó su relanzamiento al galerista Julien Levy, que organizó tres exposiciones en Nueva York, San Francisco y Los Ángeles, sufragadas por el barón Kuffner, pero la crítica consideró anacrónica la pintura de la entonces llamada “baronesa Kuffner”. No fue hasta 1972 cuando se produjo el redescubrimiento de la artista, con una exposición de obras de los años veinte y treinta celebrada en la Galerie du Luxembourg en París. 

Durante su estancia en EE.UU., Lempicka se planteó hacer una exposición únicamente con cuadros que representaran manos. El proyecto, que nunca se llevó a cabo al completo, partía de una tendencia de los años 20 en la que muchos/as fotógrafos/as se dedicaban al retrato de manos, con la visión de estas como herramientas que realizan lo que la mente inspira y crea. “(Ella) descubrió que las manos, tanto las de un conductor de autobús como las de un gran músico, tenían una faceta artística que se podía plasmar en un lienzo”, escribió L. L. Stevenson en The Buffalo Evening News. 

Otra de las series en la que Lempicka trabajó a lo largo de su vida fue el estudio y recuperación de la antigüedad. En sintonía con el art déco, que toma de estilos clásicos sus formas, Lempicka realiza un estudio de la pintura italiana del siglo XV y la flamenca del XVII con interpretaciones de cuadros de Van der Weyden, Crivelli, Vermeer, El Greco, Botticelli, etc. Esta faceta era bien conocida entonces: “La señora baronesa, medievalista moderna” fue el título de un artículo dedicado a la artista en 1941. 

También realizó un gran número de desnudos con los que empieza estudiando las formas del arte antiguo y en una segunda etapa de su carrera le servirán para reflexionar sobre los juegos de luces y sombras propios de los estudios fotográficos. A través de estas obras se puede ver la evolución de la estética pictórica de Tamara y su gusto por realzar la figura de la mujer. 

Uno de los rasgos que hicieron que Lempicka se convirtiera en el icono de una modernidad transgresora y precursora fue su manifiesta bisexualidad y el amor por algunas mujeres que dio origen a sus grandes obras maestras o “visions amoureuses” como ella las llamaba. Sa tristesse de 1923, La hermosa Rafaela de 1927 o Las muchachas jóvenes de 1930, son algunas de ellas. 

En esta línea también encontramos las obras dedicadas a las amazonas, nombre con el que se denominaba a principios del siglo XX a las mujeres homosexuales. Destaca “El doble 47” de 1924, cuyo número muestra la dirección oculta de uno de los locales “solo para mujeres” del París de la época. 

Lempicka fue una mujer especial, impactante, glamurosa y con un gran interés por rodearse de la alta sociedad. Tras su paso por Estados Unidos, instaló su residencia en la ciudad mexicana de Cuernavaca donde murió en 1980. A su muerte, su hija Kizette, modelo de varios de sus cuadros, cumplió su último deseo: que sus cenizas se esparcieran en el volcán Popocatépetl. 

Así era Lempicka, una mujer misteriosa, adelantada a su tiempo y con una personalidad arrolladora. “Silueta decididamente parisina. Dos ojos claros, penetrantes, cabello rubio y nariz griega, ligeramente curva. Labios de color carmín y uñas de color ocre rosa. Estatura considerable para una mujer. ¡Vestidos fabulosos, pieles carísimas! Su mera presencia despierta curiosidad”, como la describe en 1932 un periodista polaco. Al igual que ella su obra tenía un aura de transgresión y glamour en la que se refleja el talante de una época. 

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